Por
Aurelio Nicolella
“Ruego
a Dios que haga que el alma de Mario Abel Amaya descanse en paz. Ruego a Dios
que permita sacarnos cuanto antes de esta pesadilla, de esta sangre, de este
dolor, de esta muerte, para que se abran los cielos de nuevo; que en algún
momento podamos venir todos juntos a esta tumba con aquellos recuerdos
agridulces y recordar el esfuerzo del amigo y poder decirle que se realizó, que
dio por fin sus frutos”. Palabras de despedida de Raúl R. Alfonsín en el
entierro del correligionario Mario Abel Amaya, detenido, desaparecido y muerto
en la dictadura militar de 1976.
El nunca mas |
El
tiempo pasa, increíblemente treinta y siete años ya pasaron del comienzo de la
noche más negra que tuvo que vivir la República Argentina, el obstáculo más
duro que sufrió nuestra joven nación e
increíblemente con sangre y dolor la prueba fue superada, con guerra
internacional incluida. Durante esos días oscuros muchos dejaron su vida
defendiendo principios que eran sentencias de muerte declaradas, mientras el
grueso de los habitantes, por acción u omisión, trataban de mirar para otro
lado; estos hombres colocaron lo que en la jerga barrial se llama “poner el
pecho a las balas”, y balas en serio. Los hubo de todos los sectores de la
sociedad, religiosos como los obispos Enrique Angelelli y Carlos Horacio Ponce
de León, las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon, o el nuevo Papa
Francisco aunque le pese a Horacio Verbitsky; militantes políticos y sociales,
docentes, profesionales y trabajadores, todos del amplio espectro de la sociedad.
No
fue un período fácil, los medios de comunicación no eran como hoy los vivimos y
disfrutamos, las redes sociales no existían, y los teléfonos de línea, porque
los otros no existían, eran escasos y un lujo, eso si funcionaban.
Tampoco
fue un periodo fácil para la Unión Cívica Radical: el partido de Yrigoyen fue
perseguido brutalmente y sin contemplaciones debido a sus principios
republicanos de defensa y libertad de las personas y ciudadanos, faltas graves
a un proceso donde imperó la muerte y la autoridad mesiánica
que se cernía sobre el país. El partido fue castigado duramente, salvo
unos pocos que, traicionando esos principios de vida y libertad como otros
partidos políticos e instituciones, prestaron colaboración, o peor aún callaron
o huyeron como ratas por tirante, allá ellos con su conciencia.
Salvo
estas excepciones, la verdadera UCR, la que nació -combatiendo en la Revolución
del Parque- para dar cimiento a una Argentina realmente republicana,
igualitaria y democrática, supo lo que es sufrir en carne propia la
persecución, la muerte y la clandestinidad. Ese partido policlasista jamás cedió al influjo y el cantar de las
sirenas de la dictadura de 1976. Por no haber cedido, ese mismo partido tuvo
que ser el elegido de la mayoría del pueblo argentino para que orientara a la
República Argentina a la recuperación y la consolidación de la “Democracia”
como antaño fue en la conquista del voto libre y universal. El mandato del
pueblo, la UCR lo supo cumplir.
Los
testimonios radicales combatiendo a la dictadura, como sólo lo saben hacer los
radicales, con la razón y la ley en la mano, son muchos, me emociona ver la
foto de un Raúl Ricardo Alfonsín, de aquella época, en que nadie ni los
radicales lo veían como futuro presidente, presentar recursos de “habeas corpus” en juzgados o ir a
comisarías policiales a preguntar si se encontraba detenido tal ciudadano, no
importara de que bandería o sector social fuera.
También
muchos correligionarios sufrieron la desaparición, la tortura o la muerte,
basta recordar a Mario Abel Amaya, que ya estaba desde hacía tiempo en las
listas de la famosa y nefasta Triple A: después del golpe cívico-militar de
1976, sin sus fueros de diputado
nacional no se autoexilió, sino que siguió con su lucha de defender el interés supremo de la humanidad, la
libertad de los perseguidos; por ello fue secuestrado en una gélida madrugada
del 17 de agosto de aquel comienzo oscuro de la dictadura, por haber cometido
el simple y llano pecado de defender los derechos humanos de sus prójimos. Asesinado
como solo sabían hacerlo los tutores del Proceso de Reorganización Nacional,
salvajemente después de torturarlo. Ni le dieron el honor de poder velar sus
restos en la Casa del partido que tanto amó.
Sergio
Karakachoff, el abogado laboralista y de derechos humanos, el que fue
periodista y político, el fundador de la agrupación estudiantil Franja Morada, también
supo lo que fue la tortura, la desaparición y la muerte: su cuerpo fue abandonado en las afueras de su ciudad natal
La Plata, con evidentes signos de tortura.
Como
Ángel Gerardo Pisarello, defensor de presos políticos; por ello los
paramilitares de la Triple A, en 1975, con una bomba destruyeron su estudio
jurídico, no alcanzando con ello y ya instalada la dictadura el 24 de junio de
1976 fue secuestrado y asesinado, lo mismo que le sucedió a Miguel Arédez ,
sindicalista y ex-intendente de Libertador San Martín en la provincia de Jujuy,
infatigable luchador contra los atropellos que se cometían en el Ingenio
Ledesma, terminando desaparecido. O los atentados de la nefasta Triple A que
sufrió Hipólito Solari Yrigoyen y su posterior detención- desaparición ya
estando los militares en el poder.
El
24 de marzo, es una fecha cara para el radicalismo, es una fecha en que no sólo
recordamos el quiebre institucional, sino la muerte en su faceta más trágica,
que se llevó a militantes y ciudadanos
que luchaban para defender la libertad y la dignidad de las personas.